Desde muy pequeño le habían llamado poderosamente la atención la robustez de su piedra y la solidez de su construcción.
Cada tarde a la salida del colegio, mientras lo atravesaban, se paraban a mitad del recorrido y su abuelo aprovechaba para contarle entretenidas historias acerca de la obra y de las vidas que se habían perdido en tan peligroso trabajo.
Nunca se hubiera podido imaginar que, pasados unos azarosos años, se encontraría de pie sobre su pretil con una voluminosa pieza de hierro en sus manos y una carta de despedida cuidadosamente doblada, sobresaliendo por el bolsillo de su abrigo.
A través de la espesa niebla de la mañana, oyó como la enérgica voz de su amigo el policía local, le conminaba a deponer su actitud. Situado a sus pies le explicó, con expresión ya más suave, los posibles desperfectos e incluso las manchas que, con su conducta, podría ocasionar al monumento.
Pesaroso se bajó, lo abrazó con fuerza y con andar taciturno se dirigió hacia la plaza del pueblo.
Este relato lo escribió mi padre el 11 de diciembre de 2009. Me encanta el toque optimista que tiene al final a pesar de la situación trágica que describe.
ResponderEliminarRecuerdo en primera persona estos relatos............espero que el libro que se quedo en el camino vea la luz....te animo a que lo hagas pronto.......bss. de Pibe.
ResponderEliminarSí, poco a poco quiero ir sacando todas las cosas que escribió a la luz. Lo hizo con ilusión y cariño y se lo merece. Próximamente habrá una nueva entrega de relatos. Un beso!
EliminarCómo se nota ese toque de humor negro que al él tanto le gustaba... me encanta!
ResponderEliminarClaro que te encanta!! Teníais los dos el mismo humor!! Es, sencillamente, genial.
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