miércoles, 11 de junio de 2014

Lejos de ti, pero en ti

El frío amanecer de una mañana gris en la que apenas lucía un tibio sol madrugador, fue el testigo principal de nuestra separación.

La gran mole de hierro que avanzaba lentamente por el carril de la vía férrea, se acercaba hacia nosotros con aire traidor, como si quisiera arrebatarte de mis brazos, como si quisiera separar nuestros corazones, vislumbré tu belleza a través de los empañados cristales y apenas podía verte cuando con mi mano temblorosa te envié un nervioso adiós.

En esa aparatosa y fea maquina se iba mi amor, se iba mi corazón, te ibas tú.

En mi corazón se clavaba aceleradamente el chirriar de las grotescas ruedas, en mis oídos zumbaban constantemente los pitidos de la locomotora.

Odiaba todo aquello, pues había sido capaz de separarnos.

Ahora mientras tus pies lentos e inseguros recorren las áridas tierras de tu patria, las lagrimas recorren lentamente mi ya demacrado rostro, mientras tu corazón piensa en mi, el mío te reclama a voces, propagando mis sentimientos a los cuatro vientos, para que ese aire alegre y atrevido transporte mi mensaje por esas lejanas tierras.

Cogeré un lucero blanco y con el iré a buscarte, te arrancaré de la inmensidad de las llanuras que nos han separado.

Pero quizás mi lucero caiga en las garras asesinas de una majestuosa tempestad y destruya mis ansias de libertad.

Entonces afligido por la pena, con mis pupilas de rojo intenso, los ojos velados por la melancolía y mi rostro empapado por las lagrimas , tendré que esperar que la deforme masa ferrosa te traiga hacia mi, que te abandone en mis brazos y entonces me aferraré tanto a tu cuerpo que  ya nada podrá separarnos, ni la lluvia, ni el sol, ni la tempestad, ni la niebla, nada podrá con nuestro amor y entre el estrepitoso ruido de la moderna y gran estación se oirá el latir de nuestros enamorados corazones.